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herederos Tucher, y puede que considerara agradable que raspáramos algunas inscripciones...
Pero el dinero no lo arregla todo, al menos no tan fácilmente como creen aquellos que, como el
canónigo, no lo tienen. El asunto me parece ya muy comprometido y Le Cocq tal vez tenga sus
razones para no hacernos caso. ¿Os sentís muy afectada por todo esto?
Pensad que no conozco a ese hombre dijo fríamente Martha, quien, al contrario,
recordaba perfectamente el momento en que el extranjero se había quitado la reglamentaria
máscara de médico de apestados, en el oscuro vestíbulo de su casa. Bien era verdad que él sabía
más cosas sobre ella que ella sobre él, y además aquel rincón de su pasado le importaba sólo a
ella, y Philibert no tenía ni derecho ni acceso a él.
Daos cuenta de que yo no tengo nada en contra de mi primo y hermano vuestro, y que
me gustaría mucho que estuviera aquí para que me curase la gota repuso el Consejero
arrellanándose entre los cojines . Pero vaya idea que se le ha ocurrido: meterse en Brujas, como
una liebre bajo el vientre de los perros y, además, con un nombre falso que sólo a los tontos
engaña... El mundo no nos pide más que un poco de discreción y un poco de prudencia. ¿De qué
puede servir publicar unas ideas que desagradan a la Sorbona y al Santo Padre?
El silencio es pesado de llevar dijo de repente Martha, como a pesar suyo.
El Consejero la miró con un asombro burlón.
Muy bien dijo ayudemos a ese individuo a salir del apuro. Pero, fijaos bien, si
Pierre Le Cocq consiente, me convertiré en su deudor, en vez de serlo él de mí, y si, por
casualidad, no accede, tendré que tragarme la vergüenza de un no. Puede que Monsieur de
Berlaimont me agradezca que yo le evite una muerte escandalosa al protegido de su padre, pero,
o mucho me equivoco, o le importa muy poco lo que sucede en Brujas. ¿Qué me propone mi
querida esposa?
Nada que podáis reprocharme después del suceso dijo ella con voz áspera.
Eso está bien dijo el Consejero con el contento de quien ve alejarse una posibilidad de
disputa . Mis manos enfermas me impiden coger la pluma. Hacedme el favor de escribir en mi
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nombre a nuestro tío, encomendándonos a sus santas oraciones...
¿Sin mencionar el asunto principal? dijo pertinentemente Martha.
Nuestro tío es lo bastante listo como para entender esta omisión aprobó él agachando
la cabeza . Es importante que el correo no se vaya con las manos vacías. Seguramente tendréis
por ahí algunas provisiones que enviarle para la Cuaresma (unos pasteles de pescado vendrían de
perlas), y algún paño para su iglesia.
El marido y la mujer intercambiaron una mirada. Ella admiraba a Philibert por su
circunspección, así como otras mujeres admiran a sus maridos por su valor o su virilidad. Todo
iba tan bien que él cometió la imprudencia de añadir:
Toda la culpa la tuvo mi padre, que mandó educar a ese sobrino bastardo como a un
hijo. Si lo hubieran criado en el seno de una familia humilde y sin ir al colegio...
Habláis sobre bastardos como un hombre de experiencia replicó ella sarcástica.
Pudo sonreír a su gusto, pues ya ella le daba la espalda y se acercaba a la puerta. El hijo
natural que él había tenido con una doncella (y que tal vez no fuera suyo) había facilitado más
bien sus relaciones conyugales, en lugar de empeorarlas. Martha volvía siempre sobre aquella
única queja y dejaba pasar otras culpas de mayor consideración sin decir una palabra y (¿quién
sabe?) sin enterarse de ellas siquiera. La volvió a llamar:
Os reservo una sorpresa dijo . He recibido esta mañana algo más interesante que el
correo de nuestro tío. Tengo aquí las cartas de ratificación que convierten la posesión de
Steenberg en vizcondado. Ya sabéis que hice sustituir el nombre de Lombardía por el de
Steenberg, pues aquel título podía hacer reír, si lo ostentaba un hijo y nieto de banqueros.
Ligre y Foulcre suenan bastante bien a mis oídos dijo ella con frío orgullo,
afrancesando a la moda el nombre de los Fugger.
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