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elección que admite o que hace a menudo sin reflexionar y a la que se
ciñe, determina la forma y la conducta de todo cuanto penetra en él. El
amigo con quien nos encontramos, la mujer que se adelanta sonriendo,
el amor que entreabre nuestro corazón, la muerte o la tristeza que lo
cierran, este cielo de septiembre que contemplamos, este jardín sober-
bio y encantador en que se ve como en la Psyché de Corneille, canasti-
llos de follaje sostenidos por términos dorados, el rebaño que pace y el
pastor dormido, las últimas casas de la aldea, el Océano vislumbrado
entre los árboles, todo se inclina o se yergue, todo se adorna se desnu-
da antes de entrar en nosotros, de acuerdo con la pequeña señal que le
hace nuestra elección. Aprendamos a elegir la, apariencia. En el ocaso
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de, una vida en que tanto he buscado la verdad en detalle y la causa
física, comienzo a amar, no lo que aleja, de ellas, sino lo que las prece-
de y sobre todo lo que las ultrapasa un poco. Habíamos llegado a lo
alto de una meseta de la comarca de Caux, en Normandía, ondulada y
flexible como un parque inglés, pero un parque natural y sin límites.
Aquel es uno de los escasos puntos del globo en que la campiña se
ostenta completamente sana, de un verde sin desfallecimiento. Algo
más al Norte, la aspereza la amenaza; algo más al Sur, el sol la fatiga y
la tuesta. Al extremo de un llano que se extendía, hasta el mar, varios
campesinos levantaban una hacina.
Mire usted - me dijo - vistos desde aquí, esos campesinos son
hermosos. Están construyendo algo tan sencillo y tan importante, que
es, por excelencia, el monumento feliz y casi invariable, de la vida
humana que se fija: una hacina de trigo. La distancia, el aire de la tar-
de, hacen de sus gritos de alegría una especie de cántico sin palabras
que contesta al noble cántico del follaje que habla sobre nuestras cabe-
zas. Encima de, ellos, el cielo está magnifico, como si espíritus benéfi-
cos, provistos, de palmas de fuego, hubieran barrido toda la luz hacia el
lado de la hacina, para alumbrar más largo tiempo el trabajo. Y la hue-
lla de las palmas ha quedado en el azul. Mire usted la humilde iglesia
que los domina y los vigila, en mitad de la cuesta, entre los redondea-
dos tilos y el césped del cementerio familiar que contempla el océano
natal. Elevan armoniosamente su monumento de vida bajo los monu-
mentos de sus muertos, que hicieron los mismos ademanes y que no
están ausentes.
Abarque usted el conjunto: no hay un solo detalle demasiado es-
pecial, demasiado característico, tales como se veían en Inglaterra, en
Provenza o en Holanda. Este es el cuadro amplio y lo bastante trivial
para ser simbólico, de una vida natural y feliz. Mire usted la euritmia
de la existencia humana en esos movimientos útiles. Observe usted el
hombre que maneja los caballos, el cuerpo del que tiende el haz de
trigo en la horquilla, las mujeres inclinadas sobre las espigas y los
niños que juegan... No han apartado una piedra ni movido una palada
de tierra para embellecer el paisaje; no dan un paso, no plantan un
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árbol, no siembran una flor que no sean necesarios. Todo este cuadro
no es más que el involuntario resultado del esfuerzo del hombre para
subsistir un momento en la Naturaleza, y, sin embargo, aquellos de
entre nosotros que no tienen más preocupación que imaginar o crear
espectáculos de paz, de gracia o de pensamiento profundo, no han
hallado nada más perfecto y acaban sencillamente por pintar o descri-
bir esto, cuando quieren representarnos belleza o felicidad. He ahí la
primer apariencia, que algunos llaman la verdad.
XI
Acerquémonos ¿Comprende usted el canto que tan bien contesta-
ba al follaje de los grandes árboles? Está compuesto de palabrotas y de
injurias, y cuando la risa estalla es porque un hombre o una mujer
lanza una obscenidad, o porque se burlan del más débil, del jorobado
que no puede levantar su carga, del cojo que hacen rodar por tierra, del
idiota que sirve de hazmereir.
Hace ya muchos años que los observo. Estamos en Normandía; la
tierra es fértil y fácil. Hay en torno de esa hacina un poco más de bie- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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